En recientes (y no tan recientes) fechas hemos sido bombardeados con avasallantes cantidades de información en los medios sobre la violencia que tristemente se cierne sobre nuestro país. Es difícil encontrar alguien que directa o indirectamente NO haya sido afectado de alguna manera por esta masiva ola de violencia. Y como resultado de esto, en distintos medios nos topamos con opiniones que acusan y critican al actual gobierno de combatir el crimen organizado, como si esto fuera la causa directa de los acontecimientos que vemos en las noticias de todos los días, dominadas ahora por palabras como “sicario”, “violencia”, “narco”, “zetas”, o “balacera”; palabras que antes no tenían tanta relevancia en nuestro diario acontecer.
Antes de proseguir, cabe aclarar que de entrada no me considero una opinión calificada para hablar de estos temas, siendo mi profesión la medicina y no las ciencias políticas o el periodismo. No tengo ninguna alineación ni afiliación política, ni algún partido de mi preferencia. Aún así, encuentro elementos en estas historias que de alguna manera empatan con las historias con las cuales lidiamos los médicos en nuestra vida diaria. Los médicos somos (pudiera decirse) adictos a emplear ejemplos y analogías, probablemente porque nos permiten entender de una mejor manera el funcionamiento del cuerpo humano y las enfermedades que lo aquejan. Apegándome a esta ya milenaria tradición de la medicina, la mejor analogía que se me puede ocurrir respecto a la actual situación de nuestro país es, aunque suene algo trillado, el cáncer.
El término “cáncer” engloba toda una serie de patologías, sumamente diversas, que aquejan el cuerpo humano, y que comparten como origen a una o varias células normales que de repente, ya sea debido a un estímulo nocivo (como el humo del tabaco o la radiación, para citar las causas más conocidas), o simplemente por mala suerte, sufren mutaciones en su material genético. Estas mutaciones permiten que dichas células se multipliquen de manera desordenada y sin control, invadiendo los tejidos normales del cuerpo.
El cuerpo humano, siendo una máquina tan avanzada, tiene mecanismos que impiden que estas células mutantes proliferen. Algunos de estos mecanismos se encuentran dentro de la misma célula, de tal manera que cuando alguna célula quiere salirse de control, tiene un mecanismo de auto-destrucción que impide su proliferación descontrolada. Otros mecanismos implican la intervención de las células del sistema de defensas (el sistema inmune) que identifican a las células que pretenden “salirse del huacal”, atacándolas y destruyéndolas antes de que se conviertan en un peligro mayor para el cuerpo.
Sin embargo, hay ocasiones en las que las células cancerosas son capaces de engañar a estos mecanismos de defensa, pudiendo así proliferar hasta formar un tumor maligno. Dependiendo de la capacidad de estas células malignas de librar y engañar a los sistemas de defensa, mayor será la proliferación y diseminación de estas células antes de que el cuerpo se percate de que existe un problema. Llega entonces un momento en el cual el paciente aquejado con este mal empieza a perder peso, y su organismo, invadido ya de células malignas, empieza a presentar fallas en sistemas vitales, concluyendo la gran mayoría de las veces en la muerte del paciente.
Cuando se diagnostica cáncer en una etapa avanzada a un paciente, es necesario utilizar métodos agresivos de tratamiento, que incluyen muchas veces quimioterapia, radioterapia, e inclusive cirugías mutilantes. Estos tratamientos muchas veces dañan de manera indiscriminada células cancerosas y células normales del organismo. Sin embargo, estas agresivas medidas son la única esperanza que tiene el paciente para combatir una enfermedad que de otra manera acabaría de manera invariable con la muerte del paciente.
¿Qué tiene todo esto que ver con la situación actual de violencia? Durante años e incluso décadas, les fue permitido a las células malignas de la sociedad (el crimen organizado) proliferar a sus anchas, sin control, sin vigilancia, sin ningún mecanismo que las mantuviera a raya. Después de todo este tiempo, se establecieron en el organismo (nuestro país) a sus anchas, consumiéndolo. ¿Qué es lo que ocurre cuando se quiere combatir de manera agresiva una enfermedad que se encuentra tan enraizada? La enfermedad contraataca. Al principio, con los tratamientos de radioterapia, quimioterapia y cirugía, muchas células cancerosas son eliminadas, pero también muchas células normales (inocentes) del cuerpo mueren por el mismo tratamiento. Unas de las células que más se ven afectadas son las mismas células de defensa, lo cual pone al paciente en riesgo de ser atacados ya no por las células cancerosas, sino por bacterias, virus u hongos, agregándose así una situación adicional que puede poner en riesgo la vida del paciente.
¿Qué estamos viviendo en la actualidad? Nuestra sociedad está viviendo un cáncer que se dejó crecer por mucho tiempo. Me parece que ante esta situación hay dos caminos que se pueden tomar. El primero es seguir tolerando el problema, seguir en nuestra cómoda situación, y endosarle el problema a las generaciones de nuestros hijos. El segundo es tratar de atacar la situación con todos los recursos posibles, asumiendo el costo social que esto representa (inseguridad, balaceras, caos, desestabilización económica, y lo más triste de todo, pérdidas humanas inocentes), en un afán de batallar con esta triste situación.
Uno como médico se enfrenta muchas veces a tomar este tipo de decisiones: ver progresar la enfermedad hasta que acabe con la muerte del paciente, o atacar agresivamente la enfermedad, en un intento por cambiar su historia natural, a sabiendas de que el mismo tratamiento puede dañar o inclusive matar al paciente. ¿Quiere esto decir que el problema no se debe tratar? Definitivamente no. Si queremos tener una sociedad, un organismo, sano, debemos atacar lo antes posible, sin cuartel, sin piedad, sin receso, esta enfermedad que tanto nos aqueja. Es muy posible y casi seguro que en el camino muchas personas inocentes sufran junto a las culpables. ¿Vale la pena aún así llevar a cabo la lucha? Probablemente si. ¿Porqué? Porque es la única manera en la que podremos deshacernos de este cáncer que hace décadas nos aqueja.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos comunes y corrientes para tratar de resolver esta situación? Probablemente algo, aunque no sea mucho. Si conocemos el paradero de algún delincuente, podemos denunciarlo ante las autoridades. Podemos dejar de comprar piratería. Podemos comenzar por respetar las leyes y poner el ejemplo. Podemos darle mucho más apoyo y respeto a las personas que se encargan de nuestra seguridad, para hacer que ellos se sientan comprometidos con nosotros. Y de manera muy importante, si no podemos hacer nada, podemos dejarnos de quejar, y hacernos a un lado para no estorbarle a las personas que SI están trabajando.
Es una tristeza que el festejo del bicentenario de la independencia se vea teñido de matices tristes debido a la triste actualidad de nuestro país. Sin embargo, es muy probable que lo que estamos viviendo en estos momentos sea el resultado de doscientos años de malas decisiones, y de que nuestros antepasados practicaron la mexicanísima tradición de dejarles el problema a las generaciones que les sucedieron. Creo que doscientos años han sido demasiado, y debemos, como nación, practicar la anti-mexicanísima tradición de hacerle cara a los grandes problemas de la actualidad, en el afán de que, por lo menos por una ocasión, nuestros hijos no tengan que lidiar con ellos.