lunes, 13 de septiembre de 2010

La Guerra Contra el Crimen Organizado: Un Punto de Vista Médico

En recientes (y no tan recientes) fechas hemos sido bombardeados con avasallantes cantidades de información en los medios sobre la violencia que tristemente se cierne sobre nuestro país. Es difícil encontrar alguien que directa o indirectamente NO haya sido afectado de alguna manera por esta masiva ola de violencia. Y como resultado de esto, en distintos medios nos topamos con opiniones que acusan y critican al actual gobierno de combatir el crimen organizado, como si esto fuera la causa directa de los acontecimientos que vemos en las noticias de todos los días, dominadas ahora por palabras como “sicario”, “violencia”, “narco”, “zetas”, o “balacera”; palabras que antes no tenían tanta relevancia en nuestro diario acontecer.

Antes de proseguir, cabe aclarar que de entrada no me considero una opinión calificada para hablar de estos temas, siendo mi profesión la medicina y no las ciencias políticas o el periodismo. No tengo ninguna alineación ni afiliación política, ni algún partido de mi preferencia. Aún así, encuentro elementos en estas historias que de alguna manera empatan con las historias con las cuales lidiamos los médicos en nuestra vida diaria. Los médicos somos (pudiera decirse) adictos a emplear ejemplos y analogías, probablemente porque nos permiten entender de una mejor manera el funcionamiento del cuerpo humano y las enfermedades que lo aquejan. Apegándome a esta ya milenaria tradición de la medicina, la mejor analogía que se me puede ocurrir respecto a la actual situación de nuestro país es, aunque suene algo trillado, el cáncer.

El término “cáncer” engloba toda una serie de patologías, sumamente diversas, que aquejan el cuerpo humano, y que comparten como origen a una o varias células normales que de repente, ya sea debido a un estímulo nocivo (como el humo del tabaco o la radiación, para citar las causas más conocidas), o simplemente por mala suerte, sufren mutaciones en su material genético. Estas mutaciones permiten que dichas células se multipliquen de manera desordenada y sin control, invadiendo los tejidos normales del cuerpo.

El cuerpo humano, siendo una máquina tan avanzada, tiene mecanismos que impiden que estas células mutantes proliferen. Algunos de estos mecanismos se encuentran dentro de la misma célula, de tal manera que cuando alguna célula quiere salirse de control, tiene un mecanismo de auto-destrucción que impide su proliferación descontrolada. Otros mecanismos implican la intervención de las células del sistema de defensas (el sistema inmune) que identifican a las células que pretenden “salirse del huacal”, atacándolas y destruyéndolas antes de que se conviertan en un peligro mayor para el cuerpo.

Sin embargo, hay ocasiones en las que las células cancerosas son capaces de engañar a estos mecanismos de defensa, pudiendo así proliferar hasta formar un tumor maligno. Dependiendo de la capacidad de estas células malignas de librar y engañar a los sistemas de defensa, mayor será la proliferación y diseminación de estas células antes de que el cuerpo se percate de que existe un problema. Llega entonces un momento en el cual el paciente aquejado con este mal empieza a perder peso, y su organismo, invadido ya de células malignas, empieza a presentar fallas en sistemas vitales, concluyendo la gran mayoría de las veces en la muerte del paciente.

Cuando se diagnostica cáncer en una etapa avanzada a un paciente, es necesario utilizar métodos agresivos de tratamiento, que incluyen muchas veces quimioterapia, radioterapia, e inclusive cirugías mutilantes. Estos tratamientos muchas veces dañan de manera indiscriminada células cancerosas y células normales del organismo. Sin embargo, estas agresivas medidas son la única esperanza que tiene el paciente para combatir una enfermedad que de otra manera acabaría de manera invariable con la muerte del paciente.

¿Qué tiene todo esto que ver con la situación actual de violencia? Durante años e incluso décadas, les fue permitido a las células malignas de la sociedad (el crimen organizado) proliferar a sus anchas, sin control, sin vigilancia, sin ningún mecanismo que las mantuviera a raya. Después de todo este tiempo, se establecieron en el organismo (nuestro país) a sus anchas, consumiéndolo. ¿Qué es lo que ocurre cuando se quiere combatir de manera agresiva una enfermedad que se encuentra tan enraizada? La enfermedad contraataca. Al principio, con los tratamientos de radioterapia, quimioterapia y cirugía, muchas células cancerosas son eliminadas, pero también muchas células normales (inocentes) del cuerpo mueren por el mismo tratamiento. Unas de las células que más se ven afectadas son las mismas células de defensa, lo cual pone al paciente en riesgo de ser atacados ya no por las células cancerosas, sino por bacterias, virus u hongos, agregándose así una situación adicional que puede poner en riesgo la vida del paciente.

¿Qué estamos viviendo en la actualidad? Nuestra sociedad está viviendo un cáncer que se dejó crecer por mucho tiempo. Me parece que ante esta situación hay dos caminos que se pueden tomar. El primero es seguir tolerando el problema, seguir en nuestra cómoda situación, y endosarle el problema a las generaciones de nuestros hijos. El segundo es tratar de atacar la situación con todos los recursos posibles, asumiendo el costo social que esto representa (inseguridad, balaceras, caos, desestabilización económica, y lo más triste de todo, pérdidas humanas inocentes), en un afán de batallar con esta triste situación.

Uno como médico se enfrenta muchas veces a tomar este tipo de decisiones: ver progresar la enfermedad hasta que acabe con la muerte del paciente, o atacar agresivamente la enfermedad, en un intento por cambiar su historia natural, a sabiendas de que el mismo tratamiento puede dañar o inclusive matar al paciente. ¿Quiere esto decir que el problema no se debe tratar? Definitivamente no. Si queremos tener una sociedad, un organismo, sano, debemos atacar lo antes posible, sin cuartel, sin piedad, sin receso, esta enfermedad que tanto nos aqueja. Es muy posible y casi seguro que en el camino muchas personas inocentes sufran junto a las culpables. ¿Vale la pena aún así llevar a cabo la lucha? Probablemente si. ¿Porqué? Porque es la única manera en la que podremos deshacernos de este cáncer que hace décadas nos aqueja.

¿Qué podemos hacer los ciudadanos comunes y corrientes para tratar de resolver esta situación? Probablemente algo, aunque no sea mucho. Si conocemos el paradero de algún delincuente, podemos denunciarlo ante las autoridades. Podemos dejar de comprar piratería. Podemos comenzar por respetar las leyes y poner el ejemplo. Podemos darle mucho más apoyo y respeto a las personas que se encargan de nuestra seguridad, para hacer que ellos se sientan comprometidos con nosotros. Y de manera muy importante, si no podemos hacer nada, podemos dejarnos de quejar, y hacernos a un lado para no estorbarle a las personas que SI están trabajando.

Es una tristeza que el festejo del bicentenario de la independencia se vea teñido de matices tristes debido a la triste actualidad de nuestro país. Sin embargo, es muy probable que lo que estamos viviendo en estos momentos sea el resultado de doscientos años de malas decisiones, y de que nuestros antepasados practicaron la mexicanísima tradición de dejarles el problema a las generaciones que les sucedieron. Creo que doscientos años han sido demasiado, y debemos, como nación, practicar la anti-mexicanísima tradición de hacerle cara a los grandes problemas de la actualidad, en el afán de que, por lo menos por una ocasión, nuestros hijos no tengan que lidiar con ellos.

martes, 7 de septiembre de 2010

Réquiem por Alejandra

Esta es de las cosas que se que más trabajo me va a costar escribir. Aun así he de hacerlo, pues es en memoria de una de las mejores personas que he tenido fortuna de conocer. Por definición no es un réquiem, dado que carece de música, pero me voy a permitir usar el término, dada la muy triste ocasión.

Conocí a Alejandra hace siete años, cuando todavía era una interna en el Instituto Nacional de Nutrición. Originaria de Tijuana, destacó desde un inicio entre los internos por su disposición, iniciativa, y alegría en las arduas tareas propias de un médico de su rango. Desde ese entonces, me enteré de su afición por el deporte, especialmente la gimnasia olímpica, que practicaba desde niña. Inclusive en alguna ocasión pude ver un video de uno de sus entrenamientos, y de cómo ejecutaba con gracia, a pesar de su tierna edad, vueltas y piruetas sin dificultad alguna.

Posteriormente vi cómo, al terminar la carrera de medicina, hizo su servicio social también en el departamento de cirugía endócrina en Nutrición, con los Dres. Pantoja y Herrera, ganándose inmediatamente su reconocimiento y aprecio, y realizando con ellos múltiples trabajos científicos. Cada vez que se les oía hablar sobre Alejandra, se notaba que la consideraban su niña consentida.

Tiempo después comenzó su residencia en Cirugía General, en el Hospital “Dr. Manuel Gea González”, donde a pesar de las largas jornadas, frecuentes guardias, y extrema carga de trabajo, siempre se le veía alegre y dispuesta a trabajar. Terminó su residencia hace menos de 6 meses, entrando inmediatamente a la subespecialidad de cirugía en endócrino, bajo la supervisión de sus antiguos tutores, con una muy prometedora trayectoria por delante.

Hace tres días, sin embargo, y para sorpresa de todos, un evento vascular cerebral la abatió. Hoy, tres días después, a pesar de una encarnizada lucha para tratar de mantenerla con nosotros, se concluyó que el daño neurológico era demasiado. Y hoy, a pesar del estado en el que se encuentra, su familia tomó la difícil decisión de donar sus órganos, para que, de manera congruente con lo que Ale siempre hizo en vida, otros pacientes se puedan beneficiar.

Alejandra ya no está con nosotros, pero aún así vive. Vive en el corazón de sus familiares y de sus amigos, vive en el recuerdo tan grato y alegre que todos tenemos de ella, vive en las contribuciones que hizo a la investigación médica, vive en las vidas de los pacientes que salvó en cirugía, y vivirá en los pacientes que tengan la fortuna de beneficiarse de su donación.

Te extrañamos mucho, Ale. El mundo era un mejor lugar contigo en él. Lograste en tu corta vida lo que muchos no logran en una entera. Se que estas palabras no le hacen ni el mínimo de justicia a la influencia que tuviste en todos nosotros, pero aún así te las dedico con todo mi cariño. Este ha sido un réquiem sin música, porque la música la pusiste tú en nuestras vidas.